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La memoria del deporte español es tan flaca que los libros han estado a punto de olvidarse de la primera de sus baloncestistas, la que se inventó el lanzamiento de gancho y jugaba en campos recién delimitados con cal en los años previos a la Guerra Civil española. El pasaje entre el estrellato y el olvido, no obstante, ha sido de ida y vuelta, y esta semana Encarna Hernández (Lorca, 1917), a sus 103 años, ha recibido la medalla de oro de la Real Orden al Mérito Deportivo otorgada por el Gobierno de España. Irene Lozano, presidenta del Consejo Superior de Deportes, se la ha entregado en el salón de su casa.
El legado de Encarna Hernández es inmenso, y lo tiene casi todo apuntado en un cuaderno de notas. Desde hace cuatro años, además, se ha olvidado de las arrugas y los achaques. El documental “La Niña del Gancho” (2016) [LINK: http://www.laninadelgancho.com] –dirigido por Raquel Barrera y producido por Sara Barrera, imprescindible para comprender el deporte español y la lucha de las mujeres a lo largo del siglo XX– la ha “rejuvenecido”, asegura con sonrisa agitada y punzante. El resurgir de su figura se dio, como ocurre a veces, por acaso. Un amigo de las hermanas Barrera les comentó que tenía una vecina que hacía mucho tiempo había sido jugadora de baloncesto. Y a partir de entonces surgió la magia.
Hernández, que lleva más de noventa años viviendo en Barcelona, comenzó a lanzar a canasta a finales de los años veinte del pasado siglo, y ya no paró. En su primer equipo, dentro de la estructura del Atlas Club, y en una época en la que los tanteos eran bajísimos, llegó a promediar 13,88 puntos por partido, superando incluso las anotaciones de la sección masculina. “La pelota era de cuero, muy dura, cosida a mano, todo muy primitivo”, recuerda de aquellos tiempos: “Botaba más o menos. Ahora hay todas las facilidades del mundo”.
Ya bien conocida en los campos barceloneses, “La niña del gancho” recaló en el Laietà, el primer club exclusivamente de baloncesto creado en España, una especie de “Dream Team” al que luego se uniría la que se convertiría en su amiga inseparable, Mery Morros, procedente del Club Femení i d´Esports de Barcelona. Encarna Hernández era la más joven de todas, pero siempre fue la capitana del equipo. Se proclamaron campeonas de Cataluña a las órdenes del ilustre Fernando Muscat –que ganó la medalla de plata en el Campeonato Europeo de Suiza en 1935–.
“Yo jugaba de mediocentro”, cuenta la lorquina. “Había defensas, delanteras. Alguna jugada ensayada sí teníamos. Sobre todo con Mery Morros. Algún campeonato lo ganamos ella y yo solas”. Y no solo se inventó los ganchos, imparables para cualquier defensa, sino que colocó las bases del lanzamiento en suspensión: “Saltar al aire, y en el aire aguantar y tirar”. Lo llamaban “el doble salto”, y solo lo conseguían hacer ella y Marcelino Maneja –internacional español que destacó el en L´Hospitalet, en el Espanyol y, sobre todo, en el Joventut de Badalona–.
Con diecinueve años la guerra le partió la carrera deportiva en dos, pero no le privó del baloncesto por completo: “Seguimos jugando, partidos de exhibición, primero para las milicias y luego para la Falange, cuando ya había llegado Franco. Recuerdo un partido en el Frontón Fiesta Alegre de Madrid con tres prórrogas”. Malos tiempos que solo pudo retomar entrada la posguerra, ya con veintisiete años, cuando recibió la inolvidable carta del F.C. Barcelona en la cual le solicitaban que se personara en las oficinas “para tratar un asunto de importancia”. No estaría sola en la gran aventura: el Barça contrató también a Mery Morros.
Al gran club barcelonés le dedicó los mejores años de su vida, sin embargo, ellos también lapidaron su recuerdo con el paso de las décadas. “El Barça no quieren saber nada. En el Barça son unos gamberros y unos machistas. No saben nada”, decía Encarna cuando cumplió los cien años. Y contaba la dolorosa –y ya famosa– anécdota del museo: “Un día llegué allí al Museo del Barça, cuando aún iba con mi bastoncito. Me querían hacer pagar y les dije que mi amor propio no me lo permitía. Les tuve que enseñar una foto antigua con la camiseta y todo. Dentro del Museo solo vi una fotografía del primer equipo que yo entrené. Nada más”. Al salir le preguntaron qué le había parecido la visita, y les contestó que el museo lo tenía ella “en su casa”.
Por fortuna, el Barça ha sido una de las instituciones, junto con la Federación Española de Baloncesto, que reaccionó a tiempo –más vale tarde que nunca– avasallada por el despliegue del documental “La niña del gancho”. El Palau Blaugrana la homenajeó en 2017 durante un partido de la Liga ACB.
Los tiros libres, Encarna Hernández, los lanzaba a cuchara –o a cucharón–. “Los llamábamos penaltis”. Y la pelota iba con efecto, para que tocara tablero y “cayera dentro”. La exjugadora del F.C. Barcelona relata también un lanzamiento denominado “de palangana”, que era una mezcla entre un medio gancho y una bandeja: “Tirábamos de cualquier manera y desde cualquier sitio”.
Durante los años que se mantuvo en activo, Hernández coincidió en espacio y tiempo con la flor y nata del deporte catalán: Jaume Cruells, Carme y Enriqueta Soriano, Conchita Torres, Aurora Jordá, Carme Sugrañes, Antoñita Jerez, Conchita Mirapeix, Angelina Tubau, Carme Pascó, y, cómo no, su hermana, Maruja Hernández, entre otros.
Pasaba todo tan rápido que parecía estar dibujando garabatos en su cuaderno de notas, pero no, estaba escribiendo la historia del deporte europeo. Ahora la niña del gancho ya tiene una medalla de oro. Tan valiosa como las que se reparten en los campeonatos que nunca se pierde por televisión desde el salón de su casa. O más.
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